jueves, 23 de junio de 2011

Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Dt. 8, 2-3. l4b-l6a, Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20, Cor. 10, 16-17, Jn. 6, 51-58

Afirmaba Pablo VI: "el pan consagrado se conserva en el tabernáculo como centro espiritual de la comunidad religiosa y de la parroquia". El Papa Juan Pablo II: "sin el culto eucarístico, como su corazón palpitante, la parroquia se vuelve estéril". ¿No estará en la falta de adoración eucarística la esterilidad de algunas parroquias? En otro documento "EL PRESBÍTERO, PASTOR Y GUÍA DE LA COMUNIDAD PARROQUIAL" dice: "el dinamismo ministerial -exento de una sólida espiritualidad- se traduciría en un activismo vacío y privado de valor profético ... entretenerse en coloquio íntimo de adoración frente al Buen Pastor, presente en el Santísimo Sacramento del altar, constituye una prioridad pastoral superior, con mucho, a cualquier otra". Pero inserta una llamada a los fieles. Catequistas sin adoración al Santísimo, catequistas estériles. Asociaciones apostólicas sin adoración al Santísimo, frío e inútil activismo. "La fuente de la vida es la Eucaristía", sin ella no hay vida. Una parroquia, pues, sin adoración eucarística está enferma o al menos con poca vida, o quizás muerta. Reunid un grupo que responda a esa tarea y convertíos así en el fermento secreto y eficaz de vuestra parroquia, y pedid a los sacerdotes que os expongan el Santísimo para adorarlo y les daréis una gran alegría. Hay quien dice que quisiera "ayudar" en su parroquia pero no sabe cómo; pues ahí lo tienes: ponte de rodillas ante el Sagrario, adora, repara, suplica... y ya estás ayudando de la manera más eficaz.

sábado, 18 de junio de 2011

Domingo de la Santísima Trinidad

Éxodo 34, 4b-6. 8-9, Dn 3, 52 - 56, san Juan 3, 16-18

Nada tan cercano a nosotros como Dios. Y sin embargo nada tan misterioso y escondido. El profeta Isaías dice hablando de él: "verdaderamente tú eres un Dios escondido" (Is 45, 15) Y si está escondido, ¿cómo buscarle y dónde encontrarle? San Juan de la Cruz nos responde: "el Verbo de Dios, junto con el Padre y el Espíritu Santo, esencial y presencialmente, está escondido en el íntimo ser del alma" (Cántico 1, 6).
¡La Santísima Trinidad, único Dios verdadero, habita en mí! Y ante este misterio, el Santo prosigue: "Mi alma ... tú misma eres el aposento donde Dios mora ... que es cosa de grande contentamiento y alegría ... ser que está tan cerca de ti, que esté en ti, o por mejor decir tú no puedes estar sin Él" (Cant 1, 7). Pero ¿cómo encontrarle? Y el mismo Santo doctor nos sigue enseñando: "a Dios no se va sintiendo, ni viendo, ni tocando... sino creyendo y amando. La fe y el amor son las dos manos de ciego que cierta y seguramente te llevan a Dios" (Cant 1, 10). Por lo tanto cristiano que tienes fe y quieres encontrar a Dios búscale en tu corazón y "pósate y alégrate en tu interior recogimiento con Él pues le tienes tan cerca" (Cant 1).

En el corazón del hombre no suelen funcionar bien las cosas. Hay en su interior un cúmulo de fuerzas que quieren hacerse con el poder y que serían la destrucción del hombre. Dios, sin embargo, nos ha puesto en la pista de la solución. Decía Jesús: "si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él". El amor nos conduce, unido a la fe, al encuentro con el Dios vivo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que quiere venir a vivir en nuestro corazón. Sentirnos así poseídos por Dios y en su compañía es un don de la gracia. ¡Vivamos la gracia! Parece imposible que seamos tan poco diligentes en huir del pecado y vivir la entrañable presencia de la Trinidad en nuestra alma. Y, sin embargo, ahí está la realidad. "Mira, cristiano, que no sólo te prometo la vida eterna, sino que te doy mi misma vida, viviendo en tu corazón", nos dice el Señor. Y todo ello gratuitamente. Ya pagó Jesús por nosotros, sólo acercarnos a la fuente de la gracia y llenarnos de ella. Es decir, confesar nuestros pecados y vivir vigilantes. Para las personas superficiales que se alimentan de la vanidad de los sentidos y de las cosas mundanas y vanas, nada significa esa presencia de Dios en el alma y en nada lo valoran. Pero cómo lo aman, buscan y gozan los cristianos que viven su fe y se alimentan del amor. (D. Gaspar)

martes, 7 de junio de 2011

Miércoles de la 7ª semana de Pascua.

Hch 20, 28-38; Salm 67, 29-36; Juan 17, 11b-19

El Señor se está despidiendo de los suyos. Por una parte anuncia a sus apóstoles que va a dejarlos pero, por otra, muestra que siempre va a estar pendiente de ellos. Por eso le pide al Padre que los guarde.

En la primera lectura narra cuando Pablo se va de Éfeso. Aquí Pablo señala: “tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar”. Por tanto:

Jesús reza a Dios Padre pidiendo que cuide a los que son suyos. San Pablo exhorta a los dirigentes de Éfeso a que se cuiden ellos mismos.

San Pablo pide también que cuiden de los fieles que Dios les ha encomendado. Dios nos cuida haciendo que nosotros tengamos cura los unos de los otros.

San Pablo también señala: “Ahora os dejo en manos de Dios y de su palabra, que es gracia, y tiene poder para construiros”. La historia está llena de ejemplos de cristianos que sobreviven porque se ayudan mutuamente. La misma Iglesia es signo de cómo caminamos juntos en la fe sosteniéndonos los unos a los otros. Y todo es movido y edificado por la gracia de Dios.

Nadie puede pensar que va a sostenerse solo. San Agustín lo denuncia frente a la herejía donatista. Estaban orgullosos de su fe y despreciaban al resto de los cristianos, a los que veían débiles. Quizás, tenían más virtudes que otros, pero al final acabaron desapareciendo.

Hemos de rezar por la unidad de la Iglesia. La comunión no sólo nos mantiene firmes en la unión con Jesucristo, sino que, además, impide las desviaciones doctrinales, evita los peligros del orgullo y es fuente de enormes alegrías, porque expresa el poder del Evangelio.

Martes de la 7ª semana de Pascua.

Hch 20, 17-27; Salm 67, 10-21; Juan 17, 1-11a

El corazón del hombre anhela la vida feliz. Y cuando intentamos satisfacer esa felicidad con las cosas temporales nos mundanizamos y, entonces, la vida se nos hace aún más pesada.

A san Pablo su encuentro con el Señor le supuso un cambio radical. Ninguna contrariedad ni sufrimiento podían quitarle la alegría de su vida. Cada instante estaba lleno de la intensidad de su relación con el Señor.

También afirma “pero a mí no me importa la vida”. Hay personas a las que la existencia se les hace tan cuesta arriba que preferirían morir. No es ese el sentido de la afirmación paulina. No le importa la vida, mantenerla, porque ya ha encontrado su sentido: vivir para el Señor. Por eso se pone totalmente en manos del Espíritu Santo. Va hacia Jerusalén y se le anuncia el sufrimiento. Si en su frase san Pablo quisiera decir que prefiere la muerte, huiría de las “cárceles y luchas” que le esperan. Porque sólo quieren la muerte quienes no soportan el sufrimiento de este mundo.

Por eso san Pablo no está aferrado a la vida de este mundo. Ha conocido ya la vida eterna al conocer al Señor y anticipa en este mundo la eternidad que le es prometida. Sabe que la felicidad del cielo es mucho más grande que cualquier gozo terreno, pero también experimenta que vivir para el Señor es lo único que llena plenamente nuestros días en la tierra.