viernes, 27 de enero de 2012
miércoles, 18 de enero de 2012
sábado, 13 de agosto de 2011
Más allá de la tentación
Lo propio de la tentación consiste en “tentar”, atraer, sugestionar, absorber, arrastrar. Especialmente cuando la tentación consigue presentarse como algo “bueno”, como una solución para los problemas personales, o como la conquista de caminos fáciles para la felicidad.
Pero la tentación pierde casi toda su fuerza seductora cuando dentro del alma hay una certeza profunda: Dios se interesa por mí, Dios me busca, Dios me acompaña, Dios me salva, Dios me ama.
Entonces la vida empieza a ser vivida de otra manera. Ya no nos fijamos si algo es fácil o difícil, si estamos cansados o felices, si nos faltan muchas cosas o si vivimos holgadamente. Lo que importa, lo que lleva a una madurez profunda y serena, es poder anclar el corazón en la bondad divina.
La vida cristiana no es simplemente una lucha para evitar caídas, para huir de las tentaciones, para mantener un poquito la gracia que recibimos en el bautismo y en los demás sacramentos. No es una vida de trincheras, a la defensiva. Más bien, es una vida de conquista, de lanzamiento, de santo valor para emprender mil obras buenas, para ayudar a un familiar enfermo, para escuchar al abuelo que desea tener alguien a su lado, para sonreír a un niño que necesita cariño en casa y en la escuela.
Cuando nos ponemos en marcha, cuando dejamos que el amor guíe nuestros pasos, la tentación poco a poco se desinfla, como un globo voluminoso pero hueco e indefenso.
Tenemos que descubrir la fuerza de nuestra fe cristiana. El pecado no es nunca capaz de llenar el corazón hecho para lo eterno. Sólo el amor, y un amor pleno, auténtico, es capaz de dar sentido a nuestros pasos, de sacarnos de las tinieblas y de introducirnos en el mundo de la vida.
La tentación, incluso alguna breve caída, quedarán atrás. Sabremos pedir perdón desde las lágrimas, en una confesión bien hecha. Sabremos, sobre todo, descubrir que a quien mucho se le perdona mucho ama (cf. Lc 7,36-50).
Entonces, y sólo entonces, la vida cambia. Vale la pena descubrir la belleza de nuestra vocación cristiana, para empezar a ser, de verdad, hijos en el Hijo, ovejas rescatadas que se dejan llevar, mansamente, sobre los hombros del Pastor bueno...
(P. Fernando Pascual LC)
http://es.catholic.net/imprimir/index.phtml?ts=5&ca=32&te=249&id=34587
martes, 12 de julio de 2011
Martes de la 15ª semana de Tiempo Ordinario.
Éxodo 2,1-15a, Sal 68, 3.14.30-34 , Mateo 11,20-24
“¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida!.” En que tono diría Jesús esos “ay”. No creo que fuese enfado, desesperanza o impotencia. El Señor sabía que todavía tenía que pasar por la cruz para la redención de todo el género humano.
Esos “ay” recuerdan a la cerrazón del Evangelio del domingo: “para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.” Es la tristeza de ver que se rechaza la salvación de Dios, cuando la tenemos tan a mano. La desesperanza, pensar que no hay salida o que ni siquiera Dios es capaz de salvar nuestra vida. Peor todavía los que piensan que pueden apartan a Dios de su vida, que su corazón no les va a pedir más, que su alma descansará serena. Pero no será así, recordemos a San Agustín: “el hombre está hecho para [el Amor de] Dios” y no se conforma con amoríos.
Comulgamos, nos confesamos, hacemos oración…, pero nos contentamos con una vida mediocre, pensamos que no podemos ir a más, compaginamos nuestra vida con nuestros pecados, pensamos que somos así y dejamos de luchar. Nos creemos incapaces de volver a la vida de la Gracia, al Amor primero. Humanamente nos podrá parecer difícil. Para nosotros, heridos por el pecado, parecería más fácil rescatar al pueblo de Israel, teniendo a Moisés cerca del Faraón, pero Dios le coloca lejos, “en el país de Madián.” La vida del cristiano no puede ser añoranza, es camino.
Nuestra Madre la Virgen, conocía claramente el camino. Pídele a ella que sea tu guía, y por muy anquilosado que estés en tu vida, ella te volverá a reconducir hacia Cristo.
jueves, 23 de junio de 2011
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
Dt. 8, 2-3. l4b-l6a, Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20, Cor. 10, 16-17, Jn. 6, 51-58
Afirmaba Pablo VI: "el pan consagrado se conserva en el tabernáculo como centro espiritual de la comunidad religiosa y de la parroquia". El Papa Juan Pablo II: "sin el culto eucarístico, como su corazón palpitante, la parroquia se vuelve estéril". ¿No estará en la falta de adoración eucarística la esterilidad de algunas parroquias? En otro documento "EL PRESBÍTERO, PASTOR Y GUÍA DE LA COMUNIDAD PARROQUIAL" dice: "el dinamismo ministerial -exento de una sólida espiritualidad- se traduciría en un activismo vacío y privado de valor profético ... entretenerse en coloquio íntimo de adoración frente al Buen Pastor, presente en el Santísimo Sacramento del altar, constituye una prioridad pastoral superior, con mucho, a cualquier otra". Pero inserta una llamada a los fieles. Catequistas sin adoración al Santísimo, catequistas estériles. Asociaciones apostólicas sin adoración al Santísimo, frío e inútil activismo. "La fuente de la vida es la Eucaristía", sin ella no hay vida. Una parroquia, pues, sin adoración eucarística está enferma o al menos con poca vida, o quizás muerta. Reunid un grupo que responda a esa tarea y convertíos así en el fermento secreto y eficaz de vuestra parroquia, y pedid a los sacerdotes que os expongan el Santísimo para adorarlo y les daréis una gran alegría. Hay quien dice que quisiera "ayudar" en su parroquia pero no sabe cómo; pues ahí lo tienes: ponte de rodillas ante el Sagrario, adora, repara, suplica... y ya estás ayudando de la manera más eficaz.
sábado, 18 de junio de 2011
Domingo de la Santísima Trinidad
Éxodo 34, 4b-6. 8-9, Dn 3, 52 - 56, san Juan 3, 16-18
Nada tan cercano a nosotros como Dios. Y sin embargo nada tan misterioso y escondido. El profeta Isaías dice hablando de él: "verdaderamente tú eres un Dios escondido" (Is 45, 15) Y si está escondido, ¿cómo buscarle y dónde encontrarle? San Juan de la Cruz nos responde: "el Verbo de Dios, junto con el Padre y el Espíritu Santo, esencial y presencialmente, está escondido en el íntimo ser del alma" (Cántico 1, 6).
¡La Santísima Trinidad, único Dios verdadero, habita en mí! Y ante este misterio, el Santo prosigue: "Mi alma ... tú misma eres el aposento donde Dios mora ... que es cosa de grande contentamiento y alegría ... ser que está tan cerca de ti, que esté en ti, o por mejor decir tú no puedes estar sin Él" (Cant 1, 7). Pero ¿cómo encontrarle? Y el mismo Santo doctor nos sigue enseñando: "a Dios no se va sintiendo, ni viendo, ni tocando... sino creyendo y amando. La fe y el amor son las dos manos de ciego que cierta y seguramente te llevan a Dios" (Cant 1, 10). Por lo tanto cristiano que tienes fe y quieres encontrar a Dios búscale en tu corazón y "pósate y alégrate en tu interior recogimiento con Él pues le tienes tan cerca" (Cant 1).
En el corazón del hombre no suelen funcionar bien las cosas. Hay en su interior un cúmulo de fuerzas que quieren hacerse con el poder y que serían la destrucción del hombre. Dios, sin embargo, nos ha puesto en la pista de la solución. Decía Jesús: "si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él". El amor nos conduce, unido a la fe, al encuentro con el Dios vivo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que quiere venir a vivir en nuestro corazón. Sentirnos así poseídos por Dios y en su compañía es un don de la gracia. ¡Vivamos la gracia! Parece imposible que seamos tan poco diligentes en huir del pecado y vivir la entrañable presencia de la Trinidad en nuestra alma. Y, sin embargo, ahí está la realidad. "Mira, cristiano, que no sólo te prometo la vida eterna, sino que te doy mi misma vida, viviendo en tu corazón", nos dice el Señor. Y todo ello gratuitamente. Ya pagó Jesús por nosotros, sólo acercarnos a la fuente de la gracia y llenarnos de ella. Es decir, confesar nuestros pecados y vivir vigilantes. Para las personas superficiales que se alimentan de la vanidad de los sentidos y de las cosas mundanas y vanas, nada significa esa presencia de Dios en el alma y en nada lo valoran. Pero cómo lo aman, buscan y gozan los cristianos que viven su fe y se alimentan del amor. (D. Gaspar)
martes, 7 de junio de 2011
Miércoles de la 7ª semana de Pascua.
Hch 20, 28-38; Salm 67, 29-36; Juan 17, 11b-19
El Señor se está despidiendo de los suyos. Por una parte anuncia a sus apóstoles que va a dejarlos pero, por otra, muestra que siempre va a estar pendiente de ellos. Por eso le pide al Padre que los guarde.
En la primera lectura narra cuando Pablo se va de Éfeso. Aquí Pablo señala: “tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar”. Por tanto:
Jesús reza a Dios Padre pidiendo que cuide a los que son suyos. San Pablo exhorta a los dirigentes de Éfeso a que se cuiden ellos mismos.
San Pablo pide también que cuiden de los fieles que Dios les ha encomendado. Dios nos cuida haciendo que nosotros tengamos cura los unos de los otros.
San Pablo también señala: “Ahora os dejo en manos de Dios y de su palabra, que es gracia, y tiene poder para construiros”. La historia está llena de ejemplos de cristianos que sobreviven porque se ayudan mutuamente. La misma Iglesia es signo de cómo caminamos juntos en la fe sosteniéndonos los unos a los otros. Y todo es movido y edificado por la gracia de Dios.
Nadie puede pensar que va a sostenerse solo. San Agustín lo denuncia frente a la herejía donatista. Estaban orgullosos de su fe y despreciaban al resto de los cristianos, a los que veían débiles. Quizás, tenían más virtudes que otros, pero al final acabaron desapareciendo.
Hemos de rezar por la unidad de la Iglesia. La comunión no sólo nos mantiene firmes en la unión con Jesucristo, sino que, además, impide las desviaciones doctrinales, evita los peligros del orgullo y es fuente de enormes alegrías, porque expresa el poder del Evangelio.