martes, 12 de julio de 2011

Martes de la 15ª semana de Tiempo Ordinario.

Éxodo 2,1-15a, Sal 68, 3.14.30-34 , Mateo 11,20-24

“¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida!.” En que tono diría Jesús esos “ay”. No creo que fuese enfado, desesperanza o impotencia. El Señor sabía que todavía tenía que pasar por la cruz para la redención de todo el género humano.

Esos “ay” recuerdan a la cerrazón del Evangelio del domingo: “para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.” Es la tristeza de ver que se rechaza la salvación de Dios, cuando la tenemos tan a mano. La desesperanza, pensar que no hay salida o que ni siquiera Dios es capaz de salvar nuestra vida. Peor todavía los que piensan que pueden apartan a Dios de su vida, que su corazón no les va a pedir más, que su alma descansará serena. Pero no será así, recordemos a San Agustín: “el hombre está hecho para [el Amor de] Dios” y no se conforma con amoríos.

Comulgamos, nos confesamos, hacemos oración…, pero nos contentamos con una vida mediocre, pensamos que no podemos ir a más, compaginamos nuestra vida con nuestros pecados, pensamos que somos así y dejamos de luchar. Nos creemos incapaces de volver a la vida de la Gracia, al Amor primero. Humanamente nos podrá parecer difícil. Para nosotros, heridos por el pecado, parecería más fácil rescatar al pueblo de Israel, teniendo a Moisés cerca del Faraón, pero Dios le coloca lejos, “en el país de Madián.” La vida del cristiano no puede ser añoranza, es camino.

Nuestra Madre la Virgen, conocía claramente el camino. Pídele a ella que sea tu guía, y por muy anquilosado que estés en tu vida, ella te volverá a reconducir hacia Cristo.

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