sábado, 18 de junio de 2011

Domingo de la Santísima Trinidad

Éxodo 34, 4b-6. 8-9, Dn 3, 52 - 56, san Juan 3, 16-18

Nada tan cercano a nosotros como Dios. Y sin embargo nada tan misterioso y escondido. El profeta Isaías dice hablando de él: "verdaderamente tú eres un Dios escondido" (Is 45, 15) Y si está escondido, ¿cómo buscarle y dónde encontrarle? San Juan de la Cruz nos responde: "el Verbo de Dios, junto con el Padre y el Espíritu Santo, esencial y presencialmente, está escondido en el íntimo ser del alma" (Cántico 1, 6).
¡La Santísima Trinidad, único Dios verdadero, habita en mí! Y ante este misterio, el Santo prosigue: "Mi alma ... tú misma eres el aposento donde Dios mora ... que es cosa de grande contentamiento y alegría ... ser que está tan cerca de ti, que esté en ti, o por mejor decir tú no puedes estar sin Él" (Cant 1, 7). Pero ¿cómo encontrarle? Y el mismo Santo doctor nos sigue enseñando: "a Dios no se va sintiendo, ni viendo, ni tocando... sino creyendo y amando. La fe y el amor son las dos manos de ciego que cierta y seguramente te llevan a Dios" (Cant 1, 10). Por lo tanto cristiano que tienes fe y quieres encontrar a Dios búscale en tu corazón y "pósate y alégrate en tu interior recogimiento con Él pues le tienes tan cerca" (Cant 1).

En el corazón del hombre no suelen funcionar bien las cosas. Hay en su interior un cúmulo de fuerzas que quieren hacerse con el poder y que serían la destrucción del hombre. Dios, sin embargo, nos ha puesto en la pista de la solución. Decía Jesús: "si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él". El amor nos conduce, unido a la fe, al encuentro con el Dios vivo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que quiere venir a vivir en nuestro corazón. Sentirnos así poseídos por Dios y en su compañía es un don de la gracia. ¡Vivamos la gracia! Parece imposible que seamos tan poco diligentes en huir del pecado y vivir la entrañable presencia de la Trinidad en nuestra alma. Y, sin embargo, ahí está la realidad. "Mira, cristiano, que no sólo te prometo la vida eterna, sino que te doy mi misma vida, viviendo en tu corazón", nos dice el Señor. Y todo ello gratuitamente. Ya pagó Jesús por nosotros, sólo acercarnos a la fuente de la gracia y llenarnos de ella. Es decir, confesar nuestros pecados y vivir vigilantes. Para las personas superficiales que se alimentan de la vanidad de los sentidos y de las cosas mundanas y vanas, nada significa esa presencia de Dios en el alma y en nada lo valoran. Pero cómo lo aman, buscan y gozan los cristianos que viven su fe y se alimentan del amor. (D. Gaspar)

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