sábado, 30 de abril de 2011

Domingo II de Pascua

Hch 2, 42-47, Sal 117, 1 Pedro 1, 3-9, Jn 20, 19-31

Maltrátame que te perdono

Muchos salmos se refieren a la esperanza, o a la alegría, a la confianza en Dios, al abandono en sus manos, el salmo de hoy tiene esta característica: “diga la casa de Israel: eterna es su misericordia”. No hay nada que llene de más esperanza al pecador que saber que la misericordia de Dios es eterna.

Cuidado, lo que está en juego es la vida eterna: “Dios es tan bueno que aunque yo no sea muy bueno, 'como es eterna su misericordia', Él me perdonará y, al final me salvará. Este pensamiento, es muy peligroso, porque aun con apariencia de verdad, lleva dentro un engaño.

Pero independiente de las justificaciones que queramos buscar, hace falta ser un poquito…, (ya se entienden los puntos suspensivos),  para tener tan cerca alguien que nos quiere tanto, que lo podemos pisotear, ofender, despreciar, profanar, por el simple motivo de que nos perdona, entonces pienso yo; ¿si no nos perdonara, lo querríamos más?, amigos como tu no los quiero yo y por desgracias eso mismo lo hacemos con las personas, no hace falta irse muy lejos, mirad como responden los hijos a los padres y nadie los corrige, pobrecito es que sus padres lo quieren mucho y por eso se lo perdonan.

La Misericordia de Dios es eterna para con sus hijos, que somos nosotros, mientras estamos en esta vida. Luego, el juicio tiene que ser, justo, porque si no, aunque parezca una perogrullada, sería “injusto”.

Otra vez más, gracias Señor, porque no nos pagas según nos merecemos.

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